domingo, 7 de octubre de 2007

RELATOS BREVES: LA GOTA






Una infame gota en su tediosa caída es el rumor que me atormenta desde entonces. Su rápido descenso que cercano, se hace tan estruendoso como un disparo mismo. Hincado como estaba y en medio de la noche, cercano a la única mesa de aquel cuarto lo suficientemente grande para dormir mi madre y tres hermanos en pleno corazón del barrio adentro, un lugar de sencillez esplendorosa pero a la vez un surrealista infierno.
Esa noche, las intrigas de la calle habían devorado ya mis últimas concesiones con la regularidad irónica de un tan bien fingido honorable hamponato y encima de esa chabola escueta, en el hueco de siempre, aturdido de calor, aguardaba el alba para escapar temprano de esos hombres infelices que asumen que la vida puede llegar a ser el pago más coherente a cualquier falta de un respeto torcido e incipiente en la sórdida quimera del tráfico de estupefacientes.
¡Diana!, como olvidar ese inmenso nombre que jamás me recordó a nadie conocido, tan lejos de los nombres por mí alguna vez pronunciados, brillando en los reflejos de una luna entera justo al frente de esa guarida húmeda y serena, radiante en un trozo de lata oxidada y descompuesta... Aceite Diana… Quizá añorando su recuerdo postrero de utilidad pagana abrazando un mortificado aceite en su desparramada danza que aguardó siempre a su vez dar vida a una deliciosa empanada de las que vendía mi madre. Ah, mi madre… con sus eternas imprudencias que embestían mi ego farsante dejando al descubierto sin mencionarlo acaso, al sugerir eran mentiras los cuentos de mis clases y aquel trabajo bueno. Es posible que jamás se de por jubilado ese recuerdo. Es posible que mi madre observe hoy que en su honor, para desdicha mía y para atizar mis más desgarradores fuegos internos sigo estimulando, con licor y un lote de desechos. Madre, aquella gota infame quizá te brindó, déjame justificarme, la oportunidad infinita de tu descanso eterno… para tus piernas agotadas y tus cabellos maltrechos quizá fue el mejor remedio. He estado alejado de tus pasos y los consejos del abuelo impecable, siempre a mano del carro de esa exquisita chicha veraniega, realmente no causaron gran efecto, como no reconocerlo. He estado navegando entre bribones, alimentando la ilusa convicción que en ese fantasioso viaje de piratería y desvelo burlaré a alguno de ellos para alcanzar un gran tesoro, creyendo ciertamente que será para mí aun cuando todos aspiran a como de lugar tenerlo. Así fue como después de tanto tiempo, me encuentro solo y timorato en este hueco hediondo y negro.
La gota infame. Fue ella quien desató el instinto de quienes huelen el miedo pasando por calles jibareadas y detectan aún más fácil ese olor allí en el cerro. Patético sudor, que diste el pitazo de salida a esos mares de mi agónica culpa y mi destierro, el zinc que es implacable pero que engaña en lo apacible cuando dormita su principal talento. Jamás había yo detallado, en sus rutinas de lluvia recurrentes ese don de hacer cantar las mudas gotas, al son de un concierto de mínimas pedradas, en su choque inevitable contra su deforme espalda que a la vez hace de techo. Cayó esa miserable gota y con ella mis recuerdos Y el sudor que me envolvía fue de su muerte el decreto.
Encerrado, solo, impávido, agitado como estaba, una gota incalculable de un sudor inoportuno se derramó caprichosa sobre aquel zinc traicionero… en medio de esa noche silenciosa fue la advertencia perfecta para quienes me buscaron vivo o muerto, herido quizá si retornaba el dinero… y si estaba frito, como realmente lo estaba, era un cadáver sin duda, era un vivo siendo un muerto.
Tras el ruido en ese zinc delator, los disparos inundaron cada rincón de esa pocilga hermosa, de un hogar al que por primera vez reconocí el día en que dejé de tenerlo mientras escuché sus voces dirigirse desde el sueño a sus matones con el dolor sorprendido que se apagaba muy lento. Los gemidos nocturnales que me hicieron vomitar, en la oscurana por vincularlos en un acto de grotesco sadismo con un episodio antiguo de un buen sexo. Y desde aquella noche, se esculpe en mi memoria un rancio olor a muerto. Mis hermanos tendidos en sus catres ofrecían variedad a mis miradas en la extensa forma de disparar a un cuerpo, mi madre boquiabierta clamando migajas de piedad para sus hijos se rindió haciendo aquel gesto y sobre mi camino largo, en la huida de ese pueblo, definitivamente inconmensurable, el peso insostenible de mi peor remordimiento.









No hay comentarios: